No nos gustan los cambios. Nos echamos a temblar al oír que va a haber cambios en la empresa o en una norma. Pero los cambios no tienen por qué ser malos. Generalmente el cambio es positivo porque, aunque en principio no lo sea, siempre podemos aprender una lección de ello. Además es parte de la naturaleza. El término "evolución" lleva implícito "cambio". No puede haber una evolución estática: no sería tal.
La vida se mueve a través del cambio. Pensemos, por ejemplo, en la tecnología, que es un ejemplo muy fácil. Recordemos que hace 10 años casi nadie tenía teléfono móvil u ordenador y hoy son casi imprescindibles. Quien hoy en día no sepa usar un ordenador está más lejos de la Administración, de la información, de lo social... Resistirse a usar estas herramientas acabará por ser un impedimento para llevar una vida diaria normal. Hasta para renovar el DNI o ir al médico podemos pedir cita por internet, por ejemplo. Lo mismo ocurre con las operaciones o consultas bancarias. No estoy apoyando la sustitución de lo tradicional por lo tecnológico, sino aceptando que esa transición está ahí, todos los días, y va a más.
Toda esta introducción es para contar un caso personal que recientemente he recordado. Cuando empecé a trabajar como camarero hace unos meses, hubo ciertos cambios, pero no suficientes adaptaciones por mi parte. De repente pasé de un estilo de vida más bien sedentario a tener una actividad moderada unas 30 horas por semana, corriendo por el restaurante. Hasta aquel momento me mantenía activo gracias a las sesiones de gimnasio, las pequeñas carreras (unas 2 o 3 horas por semana) y pequeños hábitos como caminar a menudo. Nunca he temido al movimiento y además necesito actividad para saciar mi veloz reloj interno. Siempre encuentro algo que hacer.
Tras este cambio en mi rutina, decidí también cambiar mis entrenamientos. Los ejercicios cardiovasculares y las carreras se acabaron puesto que empezaron a ser parte de mi trabajo y con una duración mucho mayor que antes. Nunca he llegado a tener la sensación de un cansancio crónico, sino que normalmente me recuperaba de un día para otro, como debe ser. Sin embargo, hubo un cambio que no gestioné bien. Se me escapó que, ante tal aumento de la actividad física, debería haber aumentado también mi consumo de proteína. Este es un tema tabú porque hay quien dice que consumir demasiada proteína afecta negativamente a los riñones o al hígado. No sé qué creer, la verdad, porque he leído mucha información al respecto y resulta bastante contradictoria, pero mejor prevenir. En lo que sí parece haber consenso es en que una persona activa debe consumir más cantidad de este macronutriente que otra más sedentaria. Al mantener estables los niveles de proteína consumida pero incrementar la actividad física, el nivel de proteína pasó a ser proporcionalmente inferior al anterior. Tras un tiempo en el trabajo perdí bastante peso y mucho de este peso era, por supuesto, grasa. Sin embargo, debido al error de no reequilibrar el consumo proteico, acabé por perder también bastante músculo.
Aunque la pérdida muscular no es tan sencilla como muchos creen, sí que ocurre. Ante un déficit calórico y otras circunstancias, perdemos peso. Si este déficit no es muy acusado y, a la vez, cuidamos lo que comemos, perderemos grasa, ya que la función de esta es, precisamente, actuar de reserva y aportar energía al cuerpo en caso necesario. El problema estriba en que el músculo es muy activo metabólicamente, demanda mucha energía. Esto significa que, en términos de conservación de tejidos, el muscular le sale más "caro" que el graso al organismo. Si algo interfiere en este proceso, el cuerpo acabará también por "comerse" al músculo y así mata dos pájaros de un tiro, ya que por un lado obtiene energía y por otro lado reduce el consumo de la misma. Es como cambiar una bombilla ordinaria por una placa solar con una bombilla de bajo consumo.
Volviendo al caso, llegó un punto en el que noté que mis entrenamientos no eran tan eficientes. La reducción no había sido muy notable así que la achaqué a un pequeño incremento del cansancio debido al trabajo. Posteriormente, evaluando otros factores y tomando perspectiva, me di cuenta del error que estaba cometiendo a nivel alimentario. Me pareció garrafal, así que decidí corregirlo aumentando la proteína ingerida. Pasado el tiempo he comprobado que, efectivamente, este ha sido el motivo. Lamentablemente todavía no he conseguido recuperar todo el músculo perdido porque este proceso es muy lento. Eso sí, he recuperado la grasa. Gracias, vacaciones y descarrilamientos de la paleo dieta (like a girl gone wild), me habéis recordado que he de seguir por el buen camino.
En este intento por volver a estar en el mismo punto, he decidido hacerlo con calma. No más rutinas de volumen y definición, no más sube y baja. Ahora prefiero mantenerme en un punto estable con una evolución a largo plazo, más segura, más sencilla aunque lleve más tiempo. He comprobado en varios ámbitos que es mejor hacer las cosas bien desde un principio que hacer una chapuza y luego arreglarla. Hoy por hoy mi cuerpo no es como me gustaría, pero ya llegará, que la prioridad es la salud. Lo que tengo claro es que no voy a subir de peso a propósito durante el invierno para destaparlo corriendo antes de que llegue el verano. No es sano, no es natural y exige cierta planificación. Cierto es que tampoco me parece complicado hacerlo, es sólo que ya no me siento de esa manera.
Espero que comentando mis errores puedas mejorar o evitar los tuyos. A mí me servirá como recordatorio de como hacer las cosas. Evalúate. Adáptate. Mejora. Amplía tu zona de seguridad. Estamos en ello.
Imagen: www.elimparcial.es
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