Así es como llevo el día a día de seguir una dieta que está en línea con lo que soy, con lo que hago y con cómo me siento.
A diario, siempre que puedo, cocino en casa. Aunque lleva bastante tiempo hacerlo, es una tarea que me gusta. Eso sí, suelo elegir cosas sencillas, que no me ocupen más de unos minutos. Son frecuentes los filetes de carne o pescado a la plancha, las ensaladas, los revueltos de huevos con carne y verduras y otros platos similares. Cuando me siento más creativo hago algún plato más elaborado o un postre, aunque es menos frecuente. De vez en cuando me gusta preparar una mayonesa y la guardo unos días en la nevera. Se hace rápido y vale para muchos platos distintos. En el trabajo (soy camarero en un restaurante) no me resulta un problema servir platos cuando se supone que debería tener hambre porque esto no me ocurre. Allí, para comer, elijo platos lo más paleolíticos posibles y evito algunos de sus componentes, como los fideos o el arroz.
Precisamente comer en un restaurante es algo que puede preocupar a quien siga una dieta paleolítica. Si tienes una alergia o hay alimentos neolíticos que realmente te hagan sentir mal, hay que tomárselo en serio. Si no es el caso, hay una serie de consejos que se pueden seguir. En cuanto a mí, intento ir a por las opciones del menú que mejor entren en la dieta. Si no hay ninguna, no me preocupa. Cuando día a día se siguen unas pautas correctas no importa hacer una excepción alguna que otra vez. Claro que esta excepción no tiene cabida para quien, como decía, tenga alguna alergia o cualquier otro tipo de problema similar. Hay quien después de estar acostumbrado a comer paleo se siente mal si come un plato de pasta. No es frecuente, pero ocurre.
Otra de las tentaciones de estar fuera son los dulces. No solo en los restaurantes, donde es sencillo simplemente rechazar el postre. Considero más difícil evitar los llamativos escaparates de pastelerías y tiendas de dulces. Difícil cuando uno no come correctamente, claro. En Londres hay montones de tiendas de este tipo y algunas son espectaculares, como Patisserie Valerie. Gracias a mis hábitos, pasar por una tienda de este tipo no es una tortura. Simplemente pienso en que los pasteles tienen buena pinta, en mandarle una foto a mi hermana, y poco más. Sé que no los necesito, que no me voy a sentir bien después de comerlos y que me darán ganas de comer otro, otro y otro, reanudando un ciclo adictivo que todos llevamos en los genes y que es mejor no encender.
Una de las razones por las que puedo evitar los dulces con tanta facilidad es porque mi cuerpo no confía en el azúcar para funcionar, sino en la grasa. Debido a que la consumo una alta cantidad esto se refuerza. Mi cerebro, mi cuerpo, saben de sobra que pueden subsistir sin ese demonio blanco, así que no gritan pidiéndolo. Esta adaptación a la quema de grasa es mayor de lo que me esperaba. Cuando hice la prueba post navideña pensé que tendría que pasar un nuevo periodo de adaptación pero no fue así. Si bien durante esos días consumí cantidades insuperables de azúcar, una vez que lo restringí no pasé los síntomas de la transición. Me imagino que es porque mi cuerpo seguía fabricando todo tipo de enzimas quema-grasa en grandes cantidades por lo que pudiera pasar en un futuro muy próximo. Soy una taza, una tetera y un horno pirolítico.
Y es que la paleo dieta, como casi todas las dietas coherentes, no es un sprint para tener un resultado rápido, sino más bien una maratón en que es más importante ser constante y, para ello, hay que saber también disfrutarla.
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