La dieta paleolítica no es algo exacto, lamentablemente. Personalmente creo que es imposible saber cómo comían nuestros antepasados. Los estudios arqueológicos y antropológicos pueden aproximarnos a la verdad, pero siempre estarán sesgados por las creencias y falsas suposiciones ya que los científicos son también personas. Sobre ello se podría tener un largo debate pero dejémoslo como breve introducción a la publicación de hoy.
Lo que sí podemos creer sin miedo a equivocarnos es que los alimentos modernos no se han consumido hasta hace bien poco. Incluyamos dulces industriales, comidas procesadas y demás. Los animales y las plantas han estado siempre disponibles desde que el Homo es Homo. A partir de ahí se pueden empezar a crear teorías y atar cabos de muchas formas. El propósito de la dieta paleolítica es imitar la forma de comer que nuestra especie ha tenido durante tantísimas generaciones y que supuestamente es mejor para nosotros. Sí, supuestamente, porque cada cual tiene un historial genético-evolutivo diferente que será más parecido al de sus familiares más próximos. Si deshacemos la madeja nos damos cuenta de que a medida que retrocedemos en el tiempo tenemos todos más raíces comunes y aquí es a dónde deberíamos llegar.
No me cansaré de insistir en que la dieta paleolítica no es un régimen de pérdida de peso sino que esta pérdida es uno de los beneficios de comer en línea con lo que se supone (insisto, supone, porque es imposible saberlo al 100%) que deberíamos. La reducción de la inflamación, el control de ciertas hormonas (sobre todo de la insulina) y la mejora de las funciones corporales acaban dando fruto en forma de estabilización del peso corporal, como ya comenté en una entrada anterior.
Actualmente los alimentos que tenemos disponibles no son iguales que en el periodo paleolítico por varias razones. Los animales ya no crecen de forma natural sino que están inmóviles, muchas veces hacinados y comen productos que no les favorecen, como el pienso. Además se les trata con antibióticos frecuentemente y se les dan antidiuréticos para que el producto final tenga más peso (por eso la carne comprada suelta agua al cocinarla). Con las plantas ocurre algo similar puesto que se usan grandes dosis de fertilizante, herbicidas y pesticidas que luego llegan a nuestro plato. Ocurre también que las variedades de plantas que tenemos actualmente son fruto también de una selección a lo largo de muchísimos años. Esta selección es mera evolución aunque manipulada por la mano del hombre y, por tanto, artificial. Sus efectos no son preocupantes, pero tampoco ideales. Estos son que ahora tenemos tomates que crecen más rápido pero no tienen sabor ni tantos nutrientes pero sin embargo son más dulces, al igual que la gran mayoría de las frutas.
Estas razones, junto con otras, hacen que la aproximación a la dieta del paleolítico no pueda ser total, sino parcial. Lo que se intenta es hacer un compendio de sus componentes y obtenerlos de alguna otra manera. Así, aunque en el paleolítico no consumirían aceite de oliva, sí que consumirían aceitunas (aunque fuese en menor cantidad). Al incrementar el consumo de este aceite cubrimos las necesidades de otras grasas que dejamos de ingerir porque no son de buena calidad, como la de los animales que comentaba más arriba o en esta entrada anterior.
La dieta paleolítica no es sencilla cuando se empieza y esto es algo que hay que tener claro. Nos hemos programado para desear comida basura y la queremos rápido. Tenemos el cuerpo programado para quemar azúcar (carbohidratos) y no sabe ya quemar la grasa almacenada. El cambio de una alimentación moderna a una paleo puede ser duro durante los primeros días o incluso semanas, sobre todo el 4º o 5º día. A partir de ahí todo es más fácil y comer no es sólo un placer, sino que ya deja de preocuparnos porque ofrece estabilidad física y psicológica en contra de las anteriores costumbres. Incluso se llega al punto de que ya no queremos matar a nadie por un trozo de tarta y podemos mirar un escaparate de dulces sin sentir deseos de atracar la pastelería. Al final la dieta se convierte en algo fácil y natural.
Cada cual puede adaptar la dieta a su cuerpo, sus necesidades y sus horarios. La vida moderna también nos ha atado a los relojes y nuestra forma de comer suele estar vinculada a unas horas. Con la dieta paleolítica no es necesario que vivas pegado al reloj, excepto para saber si tu asado está listo. Lo más importante es mejorar nuestra propia salud y entrar en contacto con nuestro cuerpo, ya que hemos perdido la costumbre de escuchar sus señales. Por eso debemos descartar de forma personalizada aquellos alimentos que nos puedan perjudicar y estar pendiente de señales como el hambre. Antes no entendía la sensación de hambre porque lo que me estaba ocurriendo era una bajada de azúcar, como cuando llevas muchas horas sin comer. Es entonces cuando dices "qué hambre tengo", pero no es cierto, sino que lo que tienes es deseo de azúcar, aunque este sea en forma de pan. El hambre es algo mucho más intenso y no deja dudas de que lo que necesitas es alimentarte.
La dieta paleolítica no es una dieta rápida ni ofrece resultados milagrosos. Lo único que ofrece es tener una salud y un cuerpo como deberíamos haber tenido siempre. Hace tiempo, en un libro sobre la materia (no recuerdo cual) leí una gran verdad: "estás diseñado para ser ágil, fuerte y magro". Por eso es el subtítulo del blog. Volviendo al tema de los casos personalizados y de la pérdida de peso, habrá personas que se deshagan de muchos kilos pronto pero también habrá quien no los pierda porque realmente no lo necesite o incluso que pierda grasa y gane músculo siempre y cuando también haga un poquito de ejercicio. En este caso la báscula no tendría por qué mostrar una variación de peso. La vida paleolítica no era rápida, sino generalmente tranquila y así son los resultados de esta alimentación. El hombre paleolítico era activo pero también disfrutaba de largos periodos de reposo y de ocio. Tenemos mucho que aprender de él o quizás lo que debamos es desaprender lo que creemos saber.
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