A raíz de un comentario reciente he decidido escribir esta pequeña entrada.
Siempre insisto en que cada cuerpo es distinto, cada caso es único y cada persona tiene sus circunstancias. La paleodieta debe encajar con estas condiciones para que pueda ser una aproximación mayor a una salud óptima. Aunque a una persona le convenga algo concreto, es su decisión última llevarlo a cabo de una u otra manera, dependiendo también de sus deseos, manteniendo un mínimo de coherencia.
Uno de estos casos concretos es el de los deportistas. Dependiendo de la disciplina o duración del entrenamiento, se aconseja una carga de hidratos de carbono después de entrenar. En ese momento el cuerpo está predispuesto a la absorción de nutrientes y más sensible a la insulina, por lo que necesita producir una cantidad inferior de esta hormona, encargada de almacenar lo que llega. Evolutivamente tiene lógica, ya que después de la caza (ejercicio) solía llegar el momento de comer, tanto la pieza cazada como cualquier otro alimento. Claro que con esta práctica es más difícil alcanzar un estado de cetosis, con lo que tampoco es recomendable si buscamos esto, puesto que el consumo de azúcares nos saca de este estado.
La razón de hacer la carga de hidratos es que estos (o más bien el glucógeno) son los que alimentan de forma principal al músculo al hacer deporte. Tener llenos los depósitos implica una mayor eficiencia deportiva. Hacer la carga tras entrenar es mejor en cuanto a su almacenamiento, a pesar de que instintivamente pensemos que sería mejor cargar antes del entreno. Y es que si lo hacemos antes podemos provocar que la insulina segregada nos genere una bajada de azúcar durante el entrenamiento y será contraproducente.
Obviamente, la carga de hidratos debe hacerse con fuentes paleolíticas, como tubérculos (boniato, por ejemplo) o fruta de índice glucémico elevado como plátanos o dátiles.
Dicho todo esto, no es necesario hacer deporte con los músculos cargados de glucógeno, aunque sí que se recomienda.
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